Dice Foucault (2002:15) que las prohibiciones en torno a la sexualidad y la política que recaen sobre el discurso revelan muy pronto su vinculación con el poder y con el deseo. Justamente la sexualidad y la política constituyen dos poderosos ejes de articulación del feminismo mexicano en las últimas décadas.
Que las mujeres hablen de sexualidad, que reivindiquen el derecho al placer, exijan respeto a una maternidad libre y a la autodeterminación sobre el cuerpo...que las mujeres salgan de casa, participen en movimientos sociales, exijan derechos sociales y políticos, que ejerzan su ciudadanía y cuestionen los cánones masculinos de la política, son hechos que evidencian la lucha por aflojar o romper la cerrada malla de prohibiciones discursivas que opera como mecanismo de exclusión para las mujeres y el empeño por reconstruir un discurso histórico social que, si bien se modifica constantemente, también ha mantenido constantes las razones y sinrazones de la subordinación de las mujeres.
¿Qué hay detrás de tanta reivindicación relativa a la sexualidad y al cuerpo?, ¿qué, si no el reconocimiento de la sujeción y la frustración que lo prohibido produce sobre las mujeres?, ¿qué, si no un deseo profundo de libertad y de goce?, ¿qué tras el lema “lo personal es político”, o tras el empeñoso afán por participar en la esfera pública política, si no la sensación de estar subordinadas y discriminadas en la casa y en la plaza?, ¿qué, si no el deseo de reposicionarse ante el poder, de dejar el lugar del sometido? En esta larga lucha de las feministas mexicanas se revela el vínculo entre el malestar que produce la espesa malla de lo prohibido y la movilización que origina otro imaginario colectivo, un imaginario radical que recupera las imágenes existentes para rebelarse y deslizar otro sentido (Castoriadis, 1983), otra realidad imaginada por las mujeres.
Para quienes han tenido un acceso restringido a la toma de decisiones sociales e incluso a las decisiones y acciones sobre sus cuerpos y sus vidas, para quienes han sufrido penalización por desplegar su deseo, su sexualidad o su capacidad política; cuerpo y política se convierten en ejes centrales de una lucha larga, ardua y profundamente subversiva por reconstruir el discurso hegemónico.