Oponerse a la hegemonía dominante obliga a estar a destiempo, a contracorriente de lo aceptado. La conocida afirmación de Marx de que las ideas dominantes son las ideas de quienes dominan en la sociedad, es menos tautológica de lo que parece y más difícil de demostrar de lo que se cree. Ideas que parecen obvias, lógicas, naturales, expresadas con palabras que todos usan para nombrar lo que "es”. Un léxico que legitima la semántica que los poderosos socializan como sentido común, y que predetermina desde dónde se piensa la realidad, incluso para cuestionarla. Las ideas dominantes arraigan a través de procesos sociales que hacen “creíble” el modo como se les nombra, y condicionan las conductas. Enfrentar la hegemonía dominante exige, por lo tanto, hacerlo contra sus manifestaciones en el pensamiento de los dominados y en sus prácticas. No para descalificar a los oprimidos y sus esfuerzos de lucha, sino para enfrentar la subalterniaad que refuerza la dominación de los opresores.
Con frecuencia esta árida responsabilidad intelectual y política se confunde con el pesimismo. El conocimiento no es pesimista ni optimista, persigue la objetividad. El pesimismo o el optimismo son el modo como hacemos frente a sus consecuencias prácticas, resignándonos a ellas o buscando superarlas. El empeño por estar a contracorriente de la hegemonía conservadora es, a su manera, una furnia de lucha poi la emancipación. Y es nuestra aspiración.