La política del capital

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La existencia cotidiana de millones de seres humanos, signada por la sujeción, parece desmentir el proyecto moderno de mejoramiento incesante en las condiciones materiales de existencia al que se le dio el nombre de progreso. Hoy en día, el trabajo genera altísimos niveles de producción de mercancías sobre la base del uso intensivo de sofisticadas tecnologías, pero ello no ha significado la extensión del bienestar de las personas. La mayor acumulación del capital es también incremento del dominio al que están sometidos los sujetos o, para decirlo con Marx, aumento de la enajenación del ser genérico. Ese dominio se manifiesta como despojo en un sentido cada vez más generalizado.

No sólo hay despojo de tierras, materias primas y derechos laborales, sino también y sobre todo, despojo de saberes y capacidades de creación y, más aún, de certidumbres vitales. Un ser humano así despojado tiende a la angustia y a la desesperación, pues su vida corre un peligro permanente, aunque el capital ha hecho grandes negocios con estos afectos. Incrementar la angustia es aumentar las necesidades de consumo de objetos que prometen rebajarla. El consumo de drogas legales e ilegales se ha generalizado y es el indicador más patente de que los hombres de nuestra época requieren con urgencia crearse un mundo artificial que eluda la crudeza de aquel en el que han nacido y en el que han de morir. Disminuir la angustia se consigue de muchos modos, pero es difícil imaginar uno de ellos que no pase por la lógica del valor de cambio.

El ser de la mercancía tiene impregnada la promesa de satisfacer no sólo la necesidad sino también el deseo. La esfera de la circulación está saturada de productos destinados a crear la ilusión de brindar plena satisfacción: libros y videos de pseudofilosofía budista para encontrar la paz interior; música de los más variados tipos para que el consumidor se sienta incluido mediante su gusto estético en algún grupo de magnitud y trascendencia global; aparatos electrodomésticos que hacen más sencillo el trabajo del hogar; instrumentos de cuidado personal que garantizan la belleza tanto de varones como de mujeres y que retrasan el tan temido envejecimiento; alimentos bajos en calorías para evitar la obesidad y con ello los riesgos para la salud; autos tecnológicamente perfectos y estéticamente bellos, como para compensar la imperfección del consumidor; computadoras personales que garantizan a su portador tener todo el saber de todas las épocas en la palma de su mano, ¡ah! y además con conexión al verdadero mundo, al mundo real, es decir al ciberespacio, desde cualquier punto en el que el usuario se encuentre; reproductores de música capaces de almacenar decenas de horas de los acordes, cantantes y grupos favoritos, y de un tamaño conveniente para, dondequiera que se vaya, se experimente la sensación de llevar consigo su propio mundo; consolas de videojuegos que satisfacen la pulsión de lucha y competencia de los niños y adolescentes y que ofrecen horas y horas de diversión y entretenimiento; aparatos de ejercicio físico tan sofisticados y bien diseñados que, llevando al extremo la inversión fetichista, hacen el ejercicio en vez de que el hombre se ejercite... La lista es larga, pero ¿alguien puede decir que Marx se equivocó al afirmar que el capital se presenta como un gran arsenal de mercancías? Empero, presentarse o manifestarse no es lo mismo que ser.

Información adicional

  • Primer autor: Hirchs, Joachim
  • Segundo autor: Ávalos Tenorio, Gerardo
Leído 1561 veces Last modified on Martes, 11 Julio 2017 22:53