Quise escribir un informe de esta experiencia reflexiva que rebasara el círculo de los especialistas, en el entendido de que la filosofía nos atañe a todos, pese a la opinión generalizada en que se la acusa de expresarse en un discurso abstracto, solemne, aburrido e inútil. Hay textos de pensadores con los que es preciso entablar un diálogo sobre temas centrales para la existencia humana en cualquier situación. De hecho, Heidegger se explaya acerca de Heráclito, Parménides, Platón, Aristóteles, Descartes, Kant, Hegel y toda una pléyade de autores de ideas. Sin embargo, me parece que ninguno de ellos se reconocería en las lecciones del maestro de Freiburg. Y eso es normal, porque la ortodoxia sólo sirve para sostener el poder de quienes la establecen. Por el mismo hecho de leerlo, la interpretación de un libro ya se modifica.
Ahora bien, admitiendo la autoridad de los filósofos consagrados, en mi caso sostengo que el diálogo más fecundo es con nuestro entorno. Por eso incluyo, a título ilustrativo, cómo me hizo pensar una película de Chaplin o una obra literaria de Kafka. Se accede por esta vía a liberarse de un arsenal de mecanismos automáticos que rigen en nuestro comportamiento. "Lo digo porque se dice. Opino porque así se opina". Ahí está el "se" impersonal al que se refería Heidegger, el anónimo "otro" que determina y justifica conductas de sumisión en nombre de un sentido común fantasma. Estoy convencido de que la filosofía tiene la fuerza suficiente para colaborar en la generación de una comunidad que se cuestiona, que no se arrodilla ante los ídolos mediáticos ni patrióticos ni eclesiásticos, y que pone cuidado en sus acciones de todos los días. He ahí la cura del ser, otro tema del filósofo.